Como humo entre las manos se
desvanece la ilusión sentida. Sentir alegría a diario, sólo interrumpida por algún
episodio muy concreto de cosas o personas que van pasando, que han pasado.
Dice hola de nuevo la inquietud
de cuánto durará esto que me empapa el cuerpo de malestar, me ahoga la garganta
y se parece a la tristeza. Las lágrimas se hacen presente y pongo mi esperanza
en un futuro cercano que se atisba redentor, sanador, renovador.
¿Será la definitiva esta vez? ¿Se
quedará la confianza conmigo?
Confiar, curioso verbo, cargado
de todo: palabras, ilusiones, atención… Es ponerte en otras manos pensando que
no necesitas red de seguridad. Está bien, lección aprendida, siempre con red
cuando vuelva a confiar; porque lo haré; porque así soy; porque así ha de ser.
La vida trae lecciones de muchas
maneras y la mayoría en mi caso han sido duras, siempre entre rápidos, nada de
barca de paseo. Quizás sin ser consciente pedí ciertas pruebas, para poder
demostrarme a mí misma que soy fuerte, que yo puedo a pesar de tantos miedos.
Varias lecciones en una sola
toma: confiar, si; decir no; reconocer dónde está la responsabilidad cuando no
se ha hecho caso a ese no dicho.
Sigo mi camino, a pesar del palo.
Respiro, a pesar de las lágrimas.
Atisbo el amanecer, a pesar de la
niebla.
Suelto lastre, a pesar de lo
sucio.
Vivo.
Hay palabras que ni aquí salen,
que se quedan con lo sucio, en el rincón limpiado. Ya han sido dichas donde la
luz podía deshacerlas, hacerlas pequeñas una vez moldeadas y reconocidas. Vivo,
con la plenitud de esta palabra me quedo. Vivo.
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