25 de octubre de 2012

Masticando el dolor

No eres consciente de cómo comienza, tan sólo sabes que en un momento determinado no puedes parar. Llega a ser una droga pero el proceso es tan lento y sutil que la sensación, al darte cuenta por fin de que comer es un problema para tí, es devastadora.
¿Cómo puede llegar la comida a ser un problema? Se come para poder vivir, ¿verdad?

Pero en realidad para algunos no es tan simple. ¿Porqué hay alcohólicos?, ¿porqué hay drogadictos y ludópatas? Hay muchísima información, sabemos los riesgos que corremos si abusamos de ciertas sustancias o ciertos comportamientos. Pero, ¿y la comida?, la comida no es algo nocivo para el cuerpo, lo máximo en que te puede perjudicar es en tener algunas enfermedades que además la mayoría pueden ser tratadas con medicación: diabetes, problemas de corazón, hipertensión, colesterol, ...

Desgraciadamente el mismo tipo de personalidad que hay detrás de un ludópata o un alcohólico está también como patrón en una persona que tiene problemas con la comida, ya sea bulimia, anorexia o cualquier otro trastorno de alimentación. En realidad, uno tiene problemas sin resolver, en la mayoría de ocasiones son emociones enquistadas, sin solucionar, y a las que hemos dado la espalda porque el dolor de enfrentarlas es demasiado grande. Se suelen tener pensamientos negativos sobre tí misma, tengas motivos reales para ello o no, y la vía de escape en este caso es la comida. Eso sí lo puedes controlar...o eso crees, y te da una sensación de libertad que no tienes en otros aspectos de tu vida.

Pero es como una tela de araña donde, apenas das unos pasos y ya estás perdida. Te va enredando más y más según avanzas. Hasta que se vuelve una adicción y ya no puedes controlarlo, no controlas los impulsos que te llevan a dejar de comer, a vomitar o simplemente a engullir comida sin control. Lo peor de todo es que no tienes que salir a buscar la droga o el alcohol, tienes la comida en casa, a mano, y has de enfrentarte a ella varias veces al día. De tres a cinco veces, diariamente, te pone a prueba, te desafía y aunque salgas victoriosa del envite,  posiblemente, al rato te acucie la impaciencia por comer esos alimentos fetiche que son los que en realidad te calman. Pero te niegas, resistes, y la impaciencia crece, la maquinaria se pone en marcha y llega un momento en que no eres capaz casi de pensar, sólo sientes esa desazón imposible de calmar hasta que comes.

Y entonces llegan todos esos comentarios, consejos y hasta agresiones verbales disfrazadas de buenas intenciones: "no comas tanto, así no vas a perder peso", "¡deja ya de comer!", "¡hay que ver cómo te estás poniendo!" (y no se refieren a cómo de guapa, sino a cómo de gorda). No sé lo que les dicen a las personas con problemas de anorexia, pero sí sé lo que se nos dicen a las que el problema es el exceso de comida.
YA sé que como demasiada cantidad, YA sé que "debería" controlarme y YA sé (aunque no lo entiendo) que para muchos es casi ofensivo tener kilos de más. Los kilos, como el sexo, son otra de las cosas en las que parece que debemos estar dentro de la uniformidad de la sociedad.
¡Pues claro que yo quiero ser aceptada y querida!, y eso siempre es más fácil cuando estás dentro de los estándares. Pero si fuera tan fácil como simplemente desearlo y llevarlo a cabo, nadie tendría problemas de alimentación.

Mucha paciencia, tomarlo con calma y aprender a dejar salir el dolor en vez de comértelo. Dejar de masticarlo. Ponerlo delante, a cara descubierta, y aceptarlo como parte de nosotros, de la vida, porque el dolor tiene mucho que enseñarnos. Da igual qué peso tengas siempre que te quieras y aprendas a ser paciente y comprensiva contigo misma, y sobre todo, que escuches a aquellos que te quieren de verdad y te dicen que eres estupenda, sea como sea tu cuerpo, y tienes mucho que ofrecer. Eso es mucho más fácil de masticar...

Ahora mismo voy caminando por un sendero lleno ya de luces y sombras, más luces que sombras. Pero el tramo de oscuridad ha sido largo, tortuoso y doloroso.

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