Porque aún puede cerrar los ojos y sentir
sus labios.
Porque todavía se eriza su piel al
recordar aquellos orgasmos.
Porque el cielo gris afuera parece haberse
colado hasta su alma y amenaza tormenta.
Porque sí, porque no puede evitarlo; las
primeras lágrimas se derraman por sus sienes mientras un suspiro la deja sin
aire.
Aprieta los ojos. Se recuerda una vez más
que todo es pasajero y esto no iba a ser una excepción. ¡Maldito cabrón!... Se
le escapa, una vez más. Si no doliera tanto…
Si no doliera tanto, quizás podría
respirar mejor en vez de boquear como un pescado en la orilla.
Si no doliera tanto, quizás podría
decidirse a continuar, como si no pasara nada, de cara a la galería.
Lleva encerrada varios días, sumergida en
el maremágnum de sentimientos que provocó el adiós. Tan descolocada que ha
perdido la noción del tiempo, dejando su cuerpo a la deriva sin horarios de
comida o vigilia.
La ausencia de abrazos, de su piel a mano,
eso es lo que impide dar el paso, el primero, el único necesario para poder
seguir sin él. Y deja pasar otro minuto, otra hora, otro día más; sin hacer
nada más que dejarse llevar por la tristeza. Mañana, quizá mañana se decida.