3 de junio de 2015

Aprender.

(SEGUNDA PARTE, SIN SER CONTINUACIÓN,  DE Masticando el Dolor 25-Oct-12)


Mis tetas no me caben en las manos. Es así desde hace años.
Algunos las miran con lujuria, otros con simple curiosidad y otros quizás tarden en mirarlas porque estarán pensando primero en qué culo tan grande tengo.
Siempre fui culona, pero en una talla 42 (de cintura para abajo) que ahora, vista en la distancia, me parece de pivón. Pero eso fue antes de “coger” todos los kilos que “me sobran”, porque sí, pienso que me sobran, pero no por estar en un cuerpo más estándar de nuevo, sino porque cuando me agacho a abrocharme los cordones, el estómago se queja. No, no peso 100 kg pero estoy algo más que rellenita.

No, señoras y señores, no me estoy agrediendo, estoy siendo objetiva porque por fin empiezo a serlo. Lo de coger kilos lo he puesto entre comillas porque parece que los hayas ido recogiendo por el camino porque te dio la gana, porque eres una tragona y ahora te quejas. Jódete, piensan muchos y muchas (más ellas, la verdad), eso te pasa por no sacrificarte como yo, por no tener fuerza de voluntad como yo.
No sé, puede ser, pero yo aún no he encontrado el saco del que sacar fuerza de voluntad. Se necesitan herramientas, a nivel emocional, y yo he sentido durante mucho tiempo que no las tenía.

Durante años me martiricé con el “porqué”: porqué no puedo parar de comer; porqué siempre me siento triste; porqué siento que no soy querible; porqué me ahogan los miedos; porqué…
Las respuestas están más en el “para qué” me ha pasado esto. Desconozco los mecanismos complejos de la mezcla de cuerpo, alma y mente, juntos, que provocan que un humano se sienta mejor anímicamente cuando se llena de comida (en realidad se llenan otros vacíos, pero no lo ves y aunque lo barruntes, no te interesa verlo, duele demasiado).
Pues me ha pasado para aprender. 

Aprender a mirar los miedos a la cara.
Aprender a poner un paso detrás de otro y seguir cuando la idea de que nunca mejorarás te ahoga.
Aprender a no culpar a los demás de lo que es mi responsabilidad.
Aprender a no culparme cuando la responsabilidad es del otro.
Aprender a abrirme a pesar de todo.
Aprender a acoger el dolor, como algo necesario y aleccionador.
Aprender a callar a la hija de puta que aún habita un pequeño rincón de mi cabeza que siempre me hizo sentir menos de lo que soy.
Aprender que lo merezco, todo.
Aprender a soltar lastre.
Aprender a mirarme con ojos limpios.

Porque nadie sabe lo que es disociarte de tu cuerpo, como si fuera algo que arrastras, que no te pertenece. Y cuanto más crece la idea de deshacerte de él, más parece coger fuerza lo que te “alimenta” el trastorno alimenticio.

Sólo es comida. Un poco de dieta y ejercicio con algo de constancia. Cuestión de tiempo. Cierto…y tan difícil llevarlo a cabo. O así lo sientes, porque ese cuerpo que ves en el espejo (lo poco que lo miras), no ves la manera de deshacerte de él.

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