(SEGUNDA PARTE, SIN SER CONTINUACIÓN, DE Masticando el Dolor 25-Oct-12)
Mis tetas no me caben en las
manos. Es así desde hace años.
Algunos las miran con lujuria,
otros con simple curiosidad y otros quizás tarden en mirarlas porque estarán
pensando primero en qué culo tan grande tengo.
Siempre fui culona, pero en una
talla 42 (de cintura para abajo) que ahora, vista en la distancia, me parece de
pivón. Pero eso fue antes de “coger” todos los kilos que “me sobran”, porque
sí, pienso que me sobran, pero no por estar en un cuerpo más estándar de nuevo,
sino porque cuando me agacho a abrocharme los cordones, el estómago se queja.
No, no peso 100 kg pero estoy algo más que rellenita.
No, señoras y señores, no me
estoy agrediendo, estoy siendo objetiva porque por fin empiezo a serlo. Lo de
coger kilos lo he puesto entre comillas porque parece que los hayas ido
recogiendo por el camino porque te dio la gana, porque eres una tragona y ahora
te quejas. Jódete, piensan muchos y muchas (más ellas, la verdad), eso te pasa
por no sacrificarte como yo, por no tener fuerza de voluntad como yo.
No sé, puede ser, pero yo aún no
he encontrado el saco del que sacar fuerza de voluntad. Se necesitan
herramientas, a nivel emocional, y yo he sentido durante mucho tiempo que no
las tenía.
Durante años me martiricé con el
“porqué”: porqué no puedo parar de comer; porqué siempre me siento triste;
porqué siento que no soy querible; porqué me ahogan los miedos; porqué…
Las respuestas están más en el
“para qué” me ha pasado esto. Desconozco los mecanismos complejos de la mezcla
de cuerpo, alma y mente, juntos, que provocan que un humano se sienta mejor
anímicamente cuando se llena de comida (en realidad se llenan otros vacíos,
pero no lo ves y aunque lo barruntes, no te interesa verlo, duele demasiado).
Pues me ha pasado para
aprender.
Aprender a mirar los miedos a la
cara.
Aprender a poner un paso detrás
de otro y seguir cuando la idea de que nunca mejorarás te ahoga.
Aprender a no culpar a los demás
de lo que es mi responsabilidad.
Aprender a no culparme cuando la
responsabilidad es del otro.
Aprender a abrirme a pesar de
todo.
Aprender a acoger el dolor, como
algo necesario y aleccionador.
Aprender a callar a la hija de
puta que aún habita un pequeño rincón de mi cabeza que siempre me hizo sentir
menos de lo que soy.
Aprender que lo merezco, todo.
Aprender a soltar lastre.
Aprender a mirarme con ojos
limpios.
Porque nadie sabe lo que es
disociarte de tu cuerpo, como si fuera algo que arrastras, que no te pertenece.
Y cuanto más crece la idea de deshacerte de él, más parece coger fuerza lo que
te “alimenta” el trastorno alimenticio.
Sólo es comida. Un poco de dieta
y ejercicio con algo de constancia. Cuestión de tiempo. Cierto…y tan difícil
llevarlo a cabo. O así lo sientes, porque ese cuerpo que ves en el espejo (lo
poco que lo miras), no ves la manera de deshacerte de él.
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