17 de noviembre de 2014

Erasmus, que no orgasmus.

No era yo entonces la persona que soy ahora, principalmente en cuanto a emociones y percepción personal se refiere. Italiano, tenía que ser italiano, con todo ese despliegue de atenciones que saben manejar tan bien y que casi siempre tiene un punto de irrealismo para la españolita de turno. No nos engañemos, no estamos acostumbradas y aunque una parte de ti te avise y te diga que andes con pies de plomo, es difícil resistirse por más que tu razón te siga enviando avisos.

Era alto, bien formado, de sonrisa encantadora, manos grandes que rasgaban su guitarra con talento y una voz dulce que acompañaba a sus ojos en calidez. Yo sólo iba a ser su amiga-profesora de español. Un país extranjero, frío, gris y dos almas mediterráneas pasando horas juntas. Probé la miel de sus labios apenas un par de veces y fue suficiente para perderme. Me frenó, su corazón ya latía en español pero no por mí. Me alejé decidida a pasar página pero a diario me topaba con él: comedores universitarios, pub donde íbamos todos los erasmus, salas habilitadas para navegar por internet, emails y acercamientos en persona. ”¿Quieres un té?”, “te invito a comer”…

Claudiqué, le dije que intentaría ser sólo su amiga, aunque sería difícil. Y lo fue, fue duro y maravilloso porque nunca fui una amiga al uso. Una relación extraña que costaba definir, aunque no nos molestábamos en hacerlo ante nadie. Cenas a solas, el que cocinara para mí se hizo costumbre, y preparara la mesa con flores y velas. Salir a cenar agarrada de su brazo y arreglados para la ocasión dejó de ser algo puntual; un vino después en una coctelería donde hablábamos de la vida en general y de las nuestras en particular pero parando el tiempo en ese rato.


El primer golpe, el que me hizo darme cuenta de mis sentimientos, fue la cena romántica que preparó porque íbamos a estar un par de semanas sin poder quedar a solas: venía a verlo su novia española. Se deleitaba viéndome bailar, eso nunca cambió, y se llenaba la boca diciéndoselo incluso a su novia. La mezcla de sentimientos encontrados llegó a un grado en que muchos días empecé a llorar por mis ganas de completar aquella relación a la que sólo le faltaba el sexo para ser completa y que nadie fuera de nuestro micromundo conseguía entender.
Dos viajes a solas: San Petersburgo y Rovaniemi. Viajamos en autobús y en tren, entrelazando piernas en los asientos del autobús y compartiendo cabina de tren con literas. Y no, no hubo sexo. ¿Había dado con el único italiano fiel? Eso parece. Dos viajes estupendos llenos de momentos que llenaron mi alma.

Dejó un recuerdo agridulce del que me costó recuperarme un par de meses. Durante mucho tiempo anduve dándole vueltas a porqué no fui suficiente como para enamorarlo; sentí que no había estado a la altura.
Hoy sé que la lectura es otra, a pesar de estar enamorado no pudo alejarse de mí y compartir aquellos meses cargados de momentos íntimos, únicos, entre dos almas sensibles.


3 comentarios:

  1. Yo no descartaría que estuviera enamorado de ti. Es posible que fuera fiel a su novia y no se atreviera a dar el paso de dejarla. Igual se sentía culpable por ello. Desde el otro lado, pienso que para él también fue una relación agridulce, una lucha constante entre la atracción y la culpa, pero también puede ser que esté equivocado del todo.

    Besos.

    ResponderEliminar
  2. ¿Porque sufrir? es algo que no puedo entender, hombres y mujeres que no tienen claro como y de que forma empieza una relación hasta de una noche

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy de acuerdo, no hay porqué sufrir. A veces está perfectamente claro lo que no dura más que una noche pero otras veces no está tan claro, especialmente cuando te envían mensajes confusos (o quien eres tú en ese momento de tu vida no consigue discernirlo bien.
      Gracias por pasarte por aquí :)

      Eliminar